jueves, 25 de octubre de 2018

Decimonónicas, obras de la ciudad.




Sobre la Avenida 2 Lora después de haber superado el  Viaducto Campo Elias, existe un punto referencia de la Mérida ciudad la Cruz Verde. 

Allí en una suerte de estación se encuentra la parada que llevara a los moradores a la otra banda. En algún momento esto implicaba irse al otro lado de la cuidad pues al cruzar el río Albarregas, a esa altura, se dirigía uno a la otra banda, el Río marca una imaginaria perimetral, y desde allí podías superar la barrera hacia los otros pequeños asentamientos en la periferia de la ciudad.

En la Cruz Verde las casas hablan de otras épocas, los puertas de doble hoja, las flores en las ventanas; otras desvencijadas por el sol y el agua, nos habla del abandono, de la partida de las familias.

Los techos de teja con laminas de cinc intercaladas, se codean con el amasijo de cables que unen una hilera de postes. La calle se oculta en una curva,   la Cruz Verde, el follaje de los arboles y la vegetación, que crece a la rivera izquierda del Albarregas, nos llena la vista. El cauce nos atrae allí, donde se dan citas unos inquilinos de los decimonónicos deseos de modernidad.
La acera angosta nos va llevando cuesta abajo y la mirada se pierde entre los arboles engalanados con una diversidad de epífitas y bromelias; si, a los árboles le crecen las barbas, igual al viejo puente que perdió su baranda y la calle con su asfalto agrietado habla como los pliegues en la piel.

Las casas muestran que alguna vez tuvieron esplendor, a pesar de que el pasar del tiempo dejo sus huellas sobre sus paredes. En la margen derecha vuelve a alejarnos de la sordidez de la ciudad, donde predomina el recuerdo en la memoria y éste nos nos retrotrae , a la infancia y juventud de sus moradores, iluminando sus rostros por los  bellos recuerdos.
 En la otra banda, la derecha, habita un nuevo inquilino con sus obras, El Museo Mariano Picón Salas, todos los habitantes pensaron en un nuevo esplendor por el movimiento que trajo, una esperanza se alojo entre las caminerías y los colores de las heliconias.  Los colibríes, azulejos, cristofué, querrequerrres, vuelan llenando de alegría con sus cantos y aleteos; las ardillas se pasean felices por entre los bucares y araguaneyes colmados de bromelias.

Allí entre los árboles algunos inquilinos viven aún, resistiendo están los restos de la base de una escultura y en algunos casos solo el espacio vacío que nos recuerda que el futuro se marcho entre la neblina sin haber nacido.










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