jueves, 29 de noviembre de 2018

La vida de Mérida ciudad. 

Ayer caminé por las calles de una ciudad en silencio, sus transeúntes iban sin expresión en los rostros, los pliegues sobre su piel denotaban falsas edades y algunos eran envejecidos por sus rictus corporales. Mérida está envejeciendo.

Las calles ya no hablan, sólo se lamentan y el pesado trajinar termina en ligeras frases. Sus paredes son dominadas por las plegarias y los llamados a la constricción. Las palabras flotan sueltas en lo que una vez fue un lugar de encuentro. La palabra es compromiso en los Andes, cumplir con lo que se dice es una de las cosas a las que normalmente se da valor en la vida cotidiana del andino, y es quizás, uno de los rasgos mas distintivos del gentilicio, aunado a los otros valores. 
Mérida en el recuerdo o en la evocación, es una ciudad envuelta por la niebla, impregnada por la lluvia pertinaz, flanqueada por las montañas. Pero también es bañada por un sol pleno, que quema las pieles en algunas ocasiones, y convierte los paraguas en sombrillas durante los días radiantes, mientras las noches frías invitan a sus moradores a envolverse en abrigos que  hacen pesado el andar.
La ciudad se hace etérea por el canto matutino de las aves que la pueblan y con el pasar del día va cediendo ante el bullicio de motores, acallando los pasos y sus voces. Se apacigua por momentos y una calma deja pasar el tiempo por los resquicios y las grietas de sus antiguos muros. La gente trabaja, deambula, camina y la ciudad rumorea sólo en las paredes. Allí las palabras se agolpan, se sobreponen y silencian las otras voces, dejándolas como meros trazos sin forma y desdibujando las ideas.
Las verdades son impuestas, dejando a los otros sin posibilidades de expresarse, avasallados por los neodiscursos. Las “bombas” son enmudecidas por las sentencias bíblicas y ya los jóvenes no tienen espacio para hablar. Los muros pierden voz, la policromía se desvanece ante la fuerza del único color convertido en pesada cruz, donde la historia se reescribe para morir ante los ojos de los transeúntes.
El Tag, flor abierta llena de polen de creación, desaparece bajo la numerología de una cita bíblica sin significación para la mayoría, pero llevando la verdad de una palabra, apenas un llamado simbólico a la unidad. Esa parabólica vida hace desvanecer las “firmas” donde se estampa la multiplicidad de un territorio. Es un deseo ver flores crecer con sus múltiples colores, llenando calles y zaguanes de los hogares en toda la ciudad, nutriendo ese espíritu infinito de multiplicidad.
La ciudad de Mérida se hace favorable a su gente al expresarse desde la naturaleza, invitándonos a pensar desde el: “somos más que uno”. Es por ello la urgencia de un Tag, firma o lenguaje colectivo irreverente, donde se  invoque la libertad de existir más allá de lo binario. No se requiere de la veracidad jurídica o bíblica, basta pensar en algo para dar el paso siguiente. Escribir sobre las paredes de la ciudad y contar los sueños, en colores vívidos, dibujar la crónica de la vida, sintiéndonos libres de los lastres de la verdad impuesta para poder hablar con el viento. 
Hablar con la interioridad, con las plantas, con colores, aromas y sabores. Sí, en nuestra ciudad, se puede hablar desde el silencio, desde la interioridad del ser. Mérida es la profundidad misma, donde la resonancia del vivir hace cuerpo dando vida a las palabras, desde las aguas que la atraviesan, desde las piedras que sobresalen en las faldas, y desde sus montañas. Se dialoga con la ciudad, acogiendo para sí las reflexiones y diatribas, dando albergue a la imaginación y plasmando en palabras la interacción con el entorno.
En Mérida, el alma tiene la posibilidad de expresarse, el discurso puede superar los juicios y transitar el portal hacia la esencia aposentada en cada ser, manifestada en la esperanza, la trascendencia y la alegría, todo ello con la auténtica expresión del vivir con la naturaleza.

La ciudad es un guiño, una flor abierta a la emotividad. A lo largo de su historia, los habitantes han descubierto que existen diferentes saberes y visiones, partes de la experiencia cultural, como atisbo de particularidad que atrae seres de diferentes altitudes a transitar sus calles, humanizando la andadura en esta naturaleza privilegiada. A pesar de los bemoles larvados de una idea de conservadurismo como mero artificio, pues en sus paredes, la historia es la evidencia magnánima que esta ciudad es una tierra con una antigüedad mayor a la visión bíblica. La otredad y la alegría no desaparecen con la llegada de la noche pues ellas forman parte de  nuestra cultura. 


jueves, 25 de octubre de 2018

Decimonónicas, obras de la ciudad.




Sobre la Avenida 2 Lora después de haber superado el  Viaducto Campo Elias, existe un punto referencia de la Mérida ciudad la Cruz Verde. 

Allí en una suerte de estación se encuentra la parada que llevara a los moradores a la otra banda. En algún momento esto implicaba irse al otro lado de la cuidad pues al cruzar el río Albarregas, a esa altura, se dirigía uno a la otra banda, el Río marca una imaginaria perimetral, y desde allí podías superar la barrera hacia los otros pequeños asentamientos en la periferia de la ciudad.

En la Cruz Verde las casas hablan de otras épocas, los puertas de doble hoja, las flores en las ventanas; otras desvencijadas por el sol y el agua, nos habla del abandono, de la partida de las familias.

Los techos de teja con laminas de cinc intercaladas, se codean con el amasijo de cables que unen una hilera de postes. La calle se oculta en una curva,   la Cruz Verde, el follaje de los arboles y la vegetación, que crece a la rivera izquierda del Albarregas, nos llena la vista. El cauce nos atrae allí, donde se dan citas unos inquilinos de los decimonónicos deseos de modernidad.
La acera angosta nos va llevando cuesta abajo y la mirada se pierde entre los arboles engalanados con una diversidad de epífitas y bromelias; si, a los árboles le crecen las barbas, igual al viejo puente que perdió su baranda y la calle con su asfalto agrietado habla como los pliegues en la piel.

Las casas muestran que alguna vez tuvieron esplendor, a pesar de que el pasar del tiempo dejo sus huellas sobre sus paredes. En la margen derecha vuelve a alejarnos de la sordidez de la ciudad, donde predomina el recuerdo en la memoria y éste nos nos retrotrae , a la infancia y juventud de sus moradores, iluminando sus rostros por los  bellos recuerdos.
 En la otra banda, la derecha, habita un nuevo inquilino con sus obras, El Museo Mariano Picón Salas, todos los habitantes pensaron en un nuevo esplendor por el movimiento que trajo, una esperanza se alojo entre las caminerías y los colores de las heliconias.  Los colibríes, azulejos, cristofué, querrequerrres, vuelan llenando de alegría con sus cantos y aleteos; las ardillas se pasean felices por entre los bucares y araguaneyes colmados de bromelias.

Allí entre los árboles algunos inquilinos viven aún, resistiendo están los restos de la base de una escultura y en algunos casos solo el espacio vacío que nos recuerda que el futuro se marcho entre la neblina sin haber nacido.










domingo, 14 de octubre de 2018



El paseo de los besos furtivos.




El parque Albarregas y su museo de esculturas, es un proyecto originado para llenar de color, inspiración y reflexión desde el arte, a los usuarios de la ciudad.
Este proyecto se alzó en las riveras del Río Albarregas contando con la Curaduría de Carlos Contramaestre, los artistas venezolanos y de latinoamericana, propusieron un discurso estético de avanzada para la ciudad.
Hoy en día es el paseo de los besos furtivos, los desencuentros nos han privado del disfrute de estas obras, del disfrute del río Albarregas, la biodiversidad, sus colores y del canto de aves.

La recuperación del Parque Albarregas desde sus pobladores Deber Ser una prioridad. #merida #streetphotographers #andes #art_spotlight #conservation
Crónicas de Comunidad.


El Albarregas, es uno de los ríos de la Ciudad de Merida. En él se alberga desde hace 48 años un parque metropolitano y el Museo al aire libre, en un complejo donde se rinde culto al agua, donde la ciudad se divide en dos y donde los andenes hacen presencia, con la peculiaridad de tener a los habitantes de Pueblo Nuevo entre sus piedras resaltando entre las aguas hasta perderse en sus recuerdos.
A lo largo de sus 17 Km. de extensión, en el Parque Metropolitano Albarregas y el Museo Mariano Picon Salas de esculturas al aire libre. Pone de manifiesto un escenario donde el arte contemporáneo se une con la naturaleza para embellecer la ciudad.

La recuperación del Parque Albarregas desde sus pobladores DEBE SER una prioridad. #andes #merida #streetphotographers #streetart #conservation

lunes, 2 de abril de 2018

Capuchina, Tropaeolum majus



La Capuchina es una planta perenne originaria de América del Sur, crece especialmente bien en las zonas templadas y tiene unas hojas redondeadas, sus flores son grandes y de color naranja muy llamativas. Ella se puede consumir en infusión, añadiéndola a tus platos dulces y salados, a batidos y en jugos de frutas. Se le come tanto la flor como la hoja. Tiene un sabor algo picante y se puede preparar en ensalada; también se utiliza terapéuticamente, se pueden dar friegas localmente (para el cuero cabelludo), es una fuente de Vitamina C además de ser antibacteriana. Es una de las pocas plantas capaces de producir una sustancia natural antibiótica. Las hojas se pueden utilizar como cataplasmas en heridas que servirán como desinfectante.
Además en los jardines es muy apreciada ya que actúa como fungicida y evita algunas plagas como las de pulgones, chinches o gusanos al tener un efecto repelente sobre éstos. Siémbrala cerca de auyamas, pepinos, calabacines, melones, coles, etc.

Es una planta ornamental y balcones quedan muy bien, pueden llegar a ser colgantes, dándole un toque de color intenso y alegría. Se pueden plantar también en macetas. 

Trabajo diario

Trabajo diario
Mérida. Venezuela

Gastronomia

Los dias de junio el páramo se cubre de gris, las nevadas llegan, y los vientos de San Juan barren los pueblos. Es el momento de las sopas para calentar el cuerpo. En las mañanas ya se tiene en los fogones las chorotes llenos de hervor de la sopa o la pista para servir.