Ayer caminé por las calles de una ciudad en silencio, sus transeúntes iban sin expresión en los rostros, los pliegues sobre su piel denotaban falsas edades y algunos eran envejecidos por sus rictus corporales. Mérida está envejeciendo.


Mérida en el recuerdo o en la evocación, es una ciudad envuelta por la niebla, impregnada por la lluvia pertinaz, flanqueada por las montañas. Pero también es bañada por un sol pleno, que quema las pieles en algunas ocasiones, y convierte los paraguas en sombrillas durante los días radiantes, mientras las noches frías invitan a sus moradores a envolverse en abrigos que hacen pesado el andar.
La ciudad se hace etérea por el canto matutino de las aves que la pueblan y con el pasar del día va cediendo ante el bullicio de motores, acallando los pasos y sus voces. Se apacigua por momentos y una calma deja pasar el tiempo por los resquicios y las grietas de sus antiguos muros. La gente trabaja, deambula, camina y la ciudad rumorea sólo en las paredes. Allí las palabras se agolpan, se sobreponen y silencian las otras voces, dejándolas como meros trazos sin forma y desdibujando las ideas.
Las verdades son impuestas, dejando a los otros sin posibilidades de expresarse, avasallados por los neodiscursos. Las “bombas” son enmudecidas por las sentencias bíblicas y ya los jóvenes no tienen espacio para hablar. Los muros pierden voz, la policromía se desvanece ante la fuerza del único color convertido en pesada cruz, donde la historia se reescribe para morir ante los ojos de los transeúntes.


La ciudad de Mérida se hace favorable a su gente al expresarse desde la naturaleza, invitándonos a pensar desde el: “somos más que uno”. Es por ello la urgencia de un Tag, firma o lenguaje colectivo irreverente, donde se invoque la libertad de existir más allá de lo binario. No se requiere de la veracidad jurídica o bíblica, basta pensar en algo para dar el paso siguiente. Escribir sobre las paredes de la ciudad y contar los sueños, en colores vívidos, dibujar la crónica de la vida, sintiéndonos libres de los lastres de la verdad impuesta para poder hablar con el viento.


En Mérida, el alma tiene la posibilidad de expresarse, el discurso puede superar los juicios y transitar el portal hacia la esencia aposentada en cada ser, manifestada en la esperanza, la trascendencia y la alegría, todo ello con la auténtica expresión del vivir con la naturaleza.

